homepage San Juan, Puerto Rico - 25 de mayo de 2007
- “El Vidente” imponía rituales dolorosos y una simbología ajena al
catolicismo
Las puyas eran un instrumento de mortificación. El
dolor corporal era un componente importante de “la Misión”, relataron varios ex
adeptos.
Tras la fachada de una organización de devotos a la Virgen María sumisos a la autoridad de la Iglesia Católica, la Misión de la Virgen del Pozo es una entidad con mitología secreta y un sistema de castigos y tormentos físicos, bajo el control monolítico de su líder espiritual, Juan Ángel Collado Pinto, relató un grupo de ex miembros. A Collado Pinto también se le atribuye haber abusado sexualmente de varias discípulas. Collado Pinto, de 62 años y de paradero desconocido hace un mes, fundó “La Misión” según ha proclamado, en cumplimiento de los mensajes que habría recibido a los ocho años de edad directamente de la Virgen María cuando ésta se les apareció durante 33 días consecutivos (entre el 23 de abril y el 25 de mayo de 1953) al pequeño Juan Ángel y a las hermanitas Ramonita e Isidra Belén, en un pozo del barrio Rincón de Sabana Grande. ''Él (Juan Ángel Collado, supuesto vidente de la Virgen) buscó un ‘bowl’ lleno de grillos, uno tenía que extender la mano, te echaban los grillos y tenías que comértelos... era asqueante. Uno los sentía explotar al morderlos" dijo Ana Colón, ex miembro de la Misión de la Virgen del Pozo. Las personas que han revelado las interioridades de la Misión, entre ellas Ana Colón, de Cidra; Bruni Vélez de Yauco; Carlos Martínez y Francisco Varela, de Bayamón y “María” y “Sofía” (estas dos pidieron permanecer anónimas por el momento) tienen en común una crianza inmersa en las creencias y fe de la Iglesia Católica. María y Ana explican que las personas entran a la Misión se hacen “promulgadores” en una ceremonia llamada “La Promesa” en la que juran solemnemente sobre una Biblia, ante una cruz y una imagen de la Virgen, ser fieles a la Misión y guardar sus secretos. Se crea una “familia espiritual” paralela que Collado decía que “es más importante que la familia carnal, incluso que los hijos”. El padre espiritual se reúne con sus hijos una vez a la semana para verificar su progreso y les impone tareas y castigos, explicaron. Cada promulgador debía reclutar siete hijos espirituales, aunque rara vez se logra. Collado les explicaba, dice Carlos Martínez, que “hace miles de miles de años” había una comunidad en Sabana Grande de personas que buscaban alargar su vida y alcanzar la “plenitud”, que según Collado es la santidad más alta y la perfección a la que aspiran y sólo pueden lograr los “promulgadores”. En sa ancestral comunidad los varones eran monjes y las mujeres eran doncellas, moldeadas para que fueran prácticamente idénticas. En cierta época las doncellas iban al templo, bailaban desnudas, cada monje escogía una, copulaban y concebían un futuro monje, pero pasaban tres días de tormentos preparatorios antes de la copulación y luego tres días de mortificaciones en agradecimiento. Todos aseguran que escucharon estas “enseñanzas secretas” de boca de Collado. En el lugar donde se alega que se apareció la Virgen, al que llaman “monte místico”, había, según esta doctrina, un “reactor genético” que daba especial vitalidad a la vegetación y a la vida humana. El objetivo de estas gentes ancestrales, al igual que los actuales promulgadores, explica María, era “la plenitud” que al lograrse “Dios te arrebata en vida y vives para siempre”. Pero también hay personas cercanas a la plenitud que se convierten en “seres de larga vida, que pueden durar miles de años”, agrega María. Collado, indica Martínez, les decía que su padre espiritual es uno de esos seres de larga vida llamado Keikiú o simplemente K., que en ocasiones envía mensajes de texto a los teléfonos celulares de Collado y de los promulgadores. “Mensajes aterrorizantes de que nos íbamos a condenar”, dice Ana. Al contar estas cosas los ex promulgadores ríen, como quien no alcanza a creer que aceptaban estas historias como “verdades absolutas”, cuando estaban junto a Collado y su organización. Entre los instrumentos de mortificación, un componente importante de las prácticas de la Misión, figuran la “cama de chapas”, una toalla con chapas de botella adheridas para dormir sobre ella; la “waflera”, una mica plástica con puyas para arrodillarse a rezar el rosario; látigos con cables; y cilicios, una especie de correa con puyas. También se hace “mortificación del gusto”, una práctica en la que se les ordena comerse una cebolla cruda, o un ajo, entre otros extraños alimentos. Está, además, el “combo espiritual”, una cajita de pollo que se entregaba en las convivencias con un ajo, una cebolla, un quimbombó crudo, una arenca cruda y un ají picante como alimento mortificante para tres días. Ana relata que su padre espiritual la hacía dormir en una cama de chapas hasta que trajera su primer hijo espiritual y una vez la forzó a comer una cebolla por quejarse de exceso de trabajo. El colmo para Vélez, Ana y los demás fue el 23 de agosto de 2003, cuando en la convivencia, (retiro y ayuno de los promulgadores y líderes en el monte místico) Collado se molestó porque algunos no terminaron las cebollas. “El buscó un 'bowl' lleno de grillos, uno tenía que extender la mano, te
echaban los grillos y tenías que comértelos... era asqueante. Uno los sentía
explotar al morderlos”, cuenta Ana. “Muchos devolvían (vomitaban) y lloraban
porque no podían comérselos, y él se mofaba”, cuenta Bruni.
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